Hora de la autogestion
Octubre, 2008
Alberto Híjar
Las orientaciones melodramáticas, estatólatras y meramente festivas de las conmemoraciones del 68, ignoran la dimensión autogestiva de democracia plena. En esta hora de crisis de muerte del capitalismo, sólo queda como esperanza para la humanidad la organización autogestiva como contrapoder, resistencia y biopoder opuestos a la dictadura del capital financiero y sus terribles consecuencias para la devastación del planeta y de la humanidad entera. Antonio Negri asegura que en este definitivo paso a la posmodernidad, una vez incumplida la modernidad con su promesa de libertad, igualdad y fraternidad, un nuevo ser humano pone en crisis a la soberanía, la ciudadanía y por supuesto, al Estado-nación. Los parlamentos, los partidos políticos, los gobernantes, los ejércitos y las policías cierran filas para imponer la guerra como autoridad del Estado terrorista y favorecedor de las impunidades y con ello exhiben el poder de la clase. En definitiva, la historia es la historia de la lucha de clases.
La democracia plena probó su poder en el 68 hasta los limites de carecer de un aparato político-militar como el que el Estado le opuso brutalmente. El Consejo Nacional de Huelga integrado por delegados de asambleas soberanas, mantuvo una dialéctica constante con ellas y orientó los trabajos de agitación y propaganda de las brigadas móviles en contacto creciente con la multitud para transformarla en pueblo en lucha. Las señales de la solidaridad popular fueron crecientes y culminaron con la participación de contingentes de colones pobres, taxistas, comerciantes en pequeño y con el ejemplo de lo ocurrido en Topilejo donde un autobús en mal estado atropelló a un grupo de vecinos y mató a un niño. En agosto, una comisión de agraviados expuso su problema en la Asamblea de la Facultad de Economía donde se organizó el apoyo con la participación del Comité de Arquitectura. Más de quince autobuses fueron asegurados hasta obligar a la empresa y a la Delegación Tlalpan a pagar indemnizaciones y reparar la carretera. La ocupación militar de Ciudad Universitaria del 18 de septiembre interrumpió la fructífera organización. Conmueve en la actualización que Oscar Menéndez hizo de su película Aquí México, 2 de Octubre la afirmación de un viejo de Topilejo que al final de su recuerdo dice "ojalá volvieran los estudiantes".
Desde 1966 y con la inclusión de una materia sobre desarrollo económico-político de México en la licenciatura de arquitectura, un grupo que no llegaba a diez de muy brillantes estudiantes de ésta escuela, acordó con tres pasantes de economía y yo de filosofía, incorporarnos como profesores para infiltrarnos en el Colegio de Teoría, dar clases y romper con el monopolio de arquitectos empresariales y reaccionarios que lo mismo enseñaban Resistencia de materiales que Historia de la cultura. Por su parte, los estudiantes lograron colarse a las reuniones del Colegio sin voz ni voto ante la inexistencia de prohibición de su presencia obviamente molesta para quienes recibían sesión a sesión mis propuestas escritas para tirarlas a la basura en cuanto terminaba la sesión. Todo esto hizo que en 1968 la organización estudiantil y magisterial creciera en profundidad en la todavía Escuela de Arquitectura. Con Topilejo y los contactos con el Pedregal de Santo Domingo y Copilco El Bajo sin urbanizar, la necesidad de servir al pueblo acabó por poner en crisis la dirección de la Escuela para obligar al director Ramón Torres a convocar a una asamblea. En ella se le hizo firmar su renuncia y al tomar la dirección, el joven Germinal Pérez Plaja, hijo de anarquista catalán veterano de la República Española, hizo ver que eso no era todo sino que había que ejercer el autogobierno. Al menos el profesor Juan Manuel Dávila, cercano a José Revueltas y a la Liga Comunista Espartaco, encontró la relación entre las tesis autogestivas del famoso comunista escritor incorporado al Comité de Lucha de la Facultad de Filosofía y la propuesta de Germinal, aunque Revueltas precisara después que la autogestión era mucho más que el autogobierno que podía degenerar en un aparato burocrático. En 1970, el Autogobierno empezó a trabajar de hecho y cada taller ejerció la autonomía y la libertad de cátedra sobre la base de desarrollar proyectos reales entendidos como servicios a comunidades muy pobres. Las ordenadas movilizaciones sin interrumpir clases más que por una hora, llevaban a cada taller en marcha a Rectoría gritando consignas y pintando Autogobierno en el piso para que supieran las autoridades de qué se trataba, hasta que en 1972 el Consejo Universitario decidió que el proyecto nuevo no contravenía ni al Estatuto Universitario ni a la Ley Orgánica. Se cuidaron de no decir Autogobierno sino Talleres de número, los de letra siguieron con el plan autoritario elitista. Pronto hubo necesidad de investigación y docencia propias y fue fundada la Maestría en Arquitectura y Urbanismo. Me honró la Asamblea con el nombramiento de Coordinador por unanimidad y de igual manera fui reelecto aunque no terminé mi segundo periodo por tener que ir a incorporarme a la Revolución Popular Sandinista en 1979. Para entonces el Autogobierno había ganado fama internacional al ganar en tres ocasiones reconocimientos de la Unión Internacional de Arquitectos con el desarrollo de proyectos como las viviendas para trabajadores de Ciudad Sahagún y el Plan Chiapas con la participación de Arturo Albores, graduado en la cárcel de Cerro Hueco, fundador de la Organización Campesina Emiliano Zapata (OCEZ) para ser asesinado en el umbral de la pequeña librería que había fundado. No sólo el Manual de Autoconstrucción sigue rindiendo importantes frutos como los de 1985 ante la devastación de los terremotos sino que solemos toparnos los veteranos en proyectos como la primera unidad habitacional reconocida oficialmente del Frente Popular Francisco Villa Independiente. Otros proyectos autogestivos influyeron pero no cuajaron en Odontología, Trabajo Social, Psicología, Economía y sobre todo en Ciencias donde los hermanos Cocho Gil presumían de tener el poder sin tanto cuento administrativo. Los setenta fueron años de Universidad-pueblo, crítica científica y popular en Sinaloa, Guerrero, Sonora, Nuevo León, Puebla, Oaxaca donde todavía el rector es electo con voto directo libre y secreto.
En la Escuela Nacional de Antropología e Historia la autogestión tuvo una clara orientación teórico-práctica ante la demagogia populista en que había degenerado el indigenismo culminado en el gobierno de Lázaro Cárdenas. El INAH y el Instituto Nacional Indigenista, el Banco Ejidal y el Instituto Mexicano del Café y el de la Caña de Azúcar, eran instituciones donde la corrupción y la demagogia ejercían la explotación extrema de los campesinos todo con un discurso de exaltación demagógica de "nuestras raíces indígenas". El economista Mauricio Campillo y otra vez yo, contribuimos a consolidar una línea de actualización de la antropología con las ciencias sociales. La revolución teórica proclamada por Louis Althusser y sus antecedentes en la obra crítica de Georg Lukács, Lucien Goldman y Gunder Franck, llenaron el único salón grande de la Escuela en el primer piso del Museo de Antropología de Chapultepec, de estudiantes ansiosos de incorporarse a lo que el grupo de los llamados Siete Sabios decidieron llamar Antropología Social lo cual parecía una redundancia pero marcó con claridad la emergencia de una nueva antropología en otros países latinoamericanos con luchas, por ejemplo, contra el Instituto Lingüístico de Verano que a la par que traducía la Biblia a las lenguas nativas, esterilizaba mujeres y rompía lazos comunitarios con intrusión de la CIA y sus planes contrainsurgentes.
Todo empezó para la autogestión en febrero de 1968 cuando los rechazados por el examen de selección de la UNAM decidieron con algunos de sus padres y familiares y con la participación del Grupo Miguel Hernández de la Facultad de Filosofía que surtiría de cuadros al Consejo Nacional de Huelga después, ponerse a trabajar en los salones desocupados de la Facultad vecina al auditorio todavía no llamado Che Guevara sino Justo Sierra, con la docencia de pasantes de escuelas y facultades que prestos contribuyeron a probar que había lugar y había profesores. La justicia de la Preparatoria Popular convenció a la Rectoría encabezada por Javier Barros Sierra que reconoció sus estudios, le perdonó el pago de cuotas correspondientes y la albergó en el edificio de Liverpool 66 cerca de la Zona Rosa, amueblado con bancas, escritorios y pizarrones desechados. El aparente gran desorden de la Prepa Pop en realidad dio lugar a una poderosa autogestión con gran influencia en los movimientos populares que asumieron el proyecto y lo reprodujeron. En una de las mesas redondas conmemorativas, un profesor narró su preocupación por llegar tarde seguro de no encontrar al grupo. Para su sorpresa el grupo, sentado en círculo leía y discutía sin necesidad de vigilancia alguna. El crecimiento de la Preparatoria Popular con la fundación de los planteles Tacuba y Fresnos sólo fue detenido por la corrupción de éste y por la represión autoritaria que destruyó techos, plafones, pisos e instalaciones de electricidad tanto en el añoso edificio de Tacaba como en la virreinal casona de Mascarones.
He aquí las lecciones autogestivas exitosas que ahora habría que aplicar no sólo en la educación pública sino en los procesos productivos tal como ocurre en las Juntas de Buen Gobierno y Los Caracoles de Chiapas. No se trata de hacer como si el Estado no existiera, sino de probar que se puede producir sin cotizaciones de la bolsa ni licencias costosas y trámites burocráticos para en cambio, probar el trabajo liberado de la ley del valor que todo lo transforma en mercancía y dinero. Con democracia plenamente participativa y crítica de lo que va ocurriendo, la autogestión es la solución en esta hora de agonía capitalista.
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Alberto Híjar
Las orientaciones melodramáticas, estatólatras y meramente festivas de las conmemoraciones del 68, ignoran la dimensión autogestiva de democracia plena. En esta hora de crisis de muerte del capitalismo, sólo queda como esperanza para la humanidad la organización autogestiva como contrapoder, resistencia y biopoder opuestos a la dictadura del capital financiero y sus terribles consecuencias para la devastación del planeta y de la humanidad entera. Antonio Negri asegura que en este definitivo paso a la posmodernidad, una vez incumplida la modernidad con su promesa de libertad, igualdad y fraternidad, un nuevo ser humano pone en crisis a la soberanía, la ciudadanía y por supuesto, al Estado-nación. Los parlamentos, los partidos políticos, los gobernantes, los ejércitos y las policías cierran filas para imponer la guerra como autoridad del Estado terrorista y favorecedor de las impunidades y con ello exhiben el poder de la clase. En definitiva, la historia es la historia de la lucha de clases.
La democracia plena probó su poder en el 68 hasta los limites de carecer de un aparato político-militar como el que el Estado le opuso brutalmente. El Consejo Nacional de Huelga integrado por delegados de asambleas soberanas, mantuvo una dialéctica constante con ellas y orientó los trabajos de agitación y propaganda de las brigadas móviles en contacto creciente con la multitud para transformarla en pueblo en lucha. Las señales de la solidaridad popular fueron crecientes y culminaron con la participación de contingentes de colones pobres, taxistas, comerciantes en pequeño y con el ejemplo de lo ocurrido en Topilejo donde un autobús en mal estado atropelló a un grupo de vecinos y mató a un niño. En agosto, una comisión de agraviados expuso su problema en la Asamblea de la Facultad de Economía donde se organizó el apoyo con la participación del Comité de Arquitectura. Más de quince autobuses fueron asegurados hasta obligar a la empresa y a la Delegación Tlalpan a pagar indemnizaciones y reparar la carretera. La ocupación militar de Ciudad Universitaria del 18 de septiembre interrumpió la fructífera organización. Conmueve en la actualización que Oscar Menéndez hizo de su película Aquí México, 2 de Octubre la afirmación de un viejo de Topilejo que al final de su recuerdo dice "ojalá volvieran los estudiantes".
Desde 1966 y con la inclusión de una materia sobre desarrollo económico-político de México en la licenciatura de arquitectura, un grupo que no llegaba a diez de muy brillantes estudiantes de ésta escuela, acordó con tres pasantes de economía y yo de filosofía, incorporarnos como profesores para infiltrarnos en el Colegio de Teoría, dar clases y romper con el monopolio de arquitectos empresariales y reaccionarios que lo mismo enseñaban Resistencia de materiales que Historia de la cultura. Por su parte, los estudiantes lograron colarse a las reuniones del Colegio sin voz ni voto ante la inexistencia de prohibición de su presencia obviamente molesta para quienes recibían sesión a sesión mis propuestas escritas para tirarlas a la basura en cuanto terminaba la sesión. Todo esto hizo que en 1968 la organización estudiantil y magisterial creciera en profundidad en la todavía Escuela de Arquitectura. Con Topilejo y los contactos con el Pedregal de Santo Domingo y Copilco El Bajo sin urbanizar, la necesidad de servir al pueblo acabó por poner en crisis la dirección de la Escuela para obligar al director Ramón Torres a convocar a una asamblea. En ella se le hizo firmar su renuncia y al tomar la dirección, el joven Germinal Pérez Plaja, hijo de anarquista catalán veterano de la República Española, hizo ver que eso no era todo sino que había que ejercer el autogobierno. Al menos el profesor Juan Manuel Dávila, cercano a José Revueltas y a la Liga Comunista Espartaco, encontró la relación entre las tesis autogestivas del famoso comunista escritor incorporado al Comité de Lucha de la Facultad de Filosofía y la propuesta de Germinal, aunque Revueltas precisara después que la autogestión era mucho más que el autogobierno que podía degenerar en un aparato burocrático. En 1970, el Autogobierno empezó a trabajar de hecho y cada taller ejerció la autonomía y la libertad de cátedra sobre la base de desarrollar proyectos reales entendidos como servicios a comunidades muy pobres. Las ordenadas movilizaciones sin interrumpir clases más que por una hora, llevaban a cada taller en marcha a Rectoría gritando consignas y pintando Autogobierno en el piso para que supieran las autoridades de qué se trataba, hasta que en 1972 el Consejo Universitario decidió que el proyecto nuevo no contravenía ni al Estatuto Universitario ni a la Ley Orgánica. Se cuidaron de no decir Autogobierno sino Talleres de número, los de letra siguieron con el plan autoritario elitista. Pronto hubo necesidad de investigación y docencia propias y fue fundada la Maestría en Arquitectura y Urbanismo. Me honró la Asamblea con el nombramiento de Coordinador por unanimidad y de igual manera fui reelecto aunque no terminé mi segundo periodo por tener que ir a incorporarme a la Revolución Popular Sandinista en 1979. Para entonces el Autogobierno había ganado fama internacional al ganar en tres ocasiones reconocimientos de la Unión Internacional de Arquitectos con el desarrollo de proyectos como las viviendas para trabajadores de Ciudad Sahagún y el Plan Chiapas con la participación de Arturo Albores, graduado en la cárcel de Cerro Hueco, fundador de la Organización Campesina Emiliano Zapata (OCEZ) para ser asesinado en el umbral de la pequeña librería que había fundado. No sólo el Manual de Autoconstrucción sigue rindiendo importantes frutos como los de 1985 ante la devastación de los terremotos sino que solemos toparnos los veteranos en proyectos como la primera unidad habitacional reconocida oficialmente del Frente Popular Francisco Villa Independiente. Otros proyectos autogestivos influyeron pero no cuajaron en Odontología, Trabajo Social, Psicología, Economía y sobre todo en Ciencias donde los hermanos Cocho Gil presumían de tener el poder sin tanto cuento administrativo. Los setenta fueron años de Universidad-pueblo, crítica científica y popular en Sinaloa, Guerrero, Sonora, Nuevo León, Puebla, Oaxaca donde todavía el rector es electo con voto directo libre y secreto.
En la Escuela Nacional de Antropología e Historia la autogestión tuvo una clara orientación teórico-práctica ante la demagogia populista en que había degenerado el indigenismo culminado en el gobierno de Lázaro Cárdenas. El INAH y el Instituto Nacional Indigenista, el Banco Ejidal y el Instituto Mexicano del Café y el de la Caña de Azúcar, eran instituciones donde la corrupción y la demagogia ejercían la explotación extrema de los campesinos todo con un discurso de exaltación demagógica de "nuestras raíces indígenas". El economista Mauricio Campillo y otra vez yo, contribuimos a consolidar una línea de actualización de la antropología con las ciencias sociales. La revolución teórica proclamada por Louis Althusser y sus antecedentes en la obra crítica de Georg Lukács, Lucien Goldman y Gunder Franck, llenaron el único salón grande de la Escuela en el primer piso del Museo de Antropología de Chapultepec, de estudiantes ansiosos de incorporarse a lo que el grupo de los llamados Siete Sabios decidieron llamar Antropología Social lo cual parecía una redundancia pero marcó con claridad la emergencia de una nueva antropología en otros países latinoamericanos con luchas, por ejemplo, contra el Instituto Lingüístico de Verano que a la par que traducía la Biblia a las lenguas nativas, esterilizaba mujeres y rompía lazos comunitarios con intrusión de la CIA y sus planes contrainsurgentes.
Todo empezó para la autogestión en febrero de 1968 cuando los rechazados por el examen de selección de la UNAM decidieron con algunos de sus padres y familiares y con la participación del Grupo Miguel Hernández de la Facultad de Filosofía que surtiría de cuadros al Consejo Nacional de Huelga después, ponerse a trabajar en los salones desocupados de la Facultad vecina al auditorio todavía no llamado Che Guevara sino Justo Sierra, con la docencia de pasantes de escuelas y facultades que prestos contribuyeron a probar que había lugar y había profesores. La justicia de la Preparatoria Popular convenció a la Rectoría encabezada por Javier Barros Sierra que reconoció sus estudios, le perdonó el pago de cuotas correspondientes y la albergó en el edificio de Liverpool 66 cerca de la Zona Rosa, amueblado con bancas, escritorios y pizarrones desechados. El aparente gran desorden de la Prepa Pop en realidad dio lugar a una poderosa autogestión con gran influencia en los movimientos populares que asumieron el proyecto y lo reprodujeron. En una de las mesas redondas conmemorativas, un profesor narró su preocupación por llegar tarde seguro de no encontrar al grupo. Para su sorpresa el grupo, sentado en círculo leía y discutía sin necesidad de vigilancia alguna. El crecimiento de la Preparatoria Popular con la fundación de los planteles Tacuba y Fresnos sólo fue detenido por la corrupción de éste y por la represión autoritaria que destruyó techos, plafones, pisos e instalaciones de electricidad tanto en el añoso edificio de Tacaba como en la virreinal casona de Mascarones.
He aquí las lecciones autogestivas exitosas que ahora habría que aplicar no sólo en la educación pública sino en los procesos productivos tal como ocurre en las Juntas de Buen Gobierno y Los Caracoles de Chiapas. No se trata de hacer como si el Estado no existiera, sino de probar que se puede producir sin cotizaciones de la bolsa ni licencias costosas y trámites burocráticos para en cambio, probar el trabajo liberado de la ley del valor que todo lo transforma en mercancía y dinero. Con democracia plenamente participativa y crítica de lo que va ocurriendo, la autogestión es la solución en esta hora de agonía capitalista.
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